Hoy tras leer un correo, de estos de cadenas para enviarse unos a otros, he recordado con bastante alegría que tengo un amigo en el cielo. Para ser sincero me había olvidado totalmente de él. Ha sido al leer este correo cuando me he acordado, y no he sentido tristeza, al contrario me ha dejado un sabor alegre. Son de estas cosas de las que casi nadie estamos preparados para hacer, y menos yo que no me considero lo suficientemente preparado para situaciones que podríamos llamar “duras”. Pues no, cuando llega el momento creo que todos nos echamos para adelante, al menos así creo que lo hice yo.
Os cuento, una tarde cualquiera, creo que era primavera o ya verano. Me desplazaba en el coche por una barriada de Mérida, una zona cercana al milenario puente romano. Iba despacito, de pronto observé que un perro venia en dirección contraria por el centro de la calle. Era un pekinés precioso, ya algo mayor, esa fue mi sensación, grandón. Su cara chata, el pelo dorado rojizo, no recuerdo si llevaba collar, no definitivamente no, aunque con toda seguridad era un perro que debía haber tenido dueño.
Cuando me fui acercando me di cuenta que ese perro venia mal, iba como mareado, con la mirada perdida, por el centro, no le asustaba el coche. Yo le pité, me hice a un lado con el coche y continué la marcha.
Pero no podía ser, paré, y marcha atrás me volví a poner a su altura , esta ve z me miró, se quedó parado jadeando, sin duda había sido atropellado, el perro como se suele decir estaba reventado. Se alejó despacio mientras yo lo miraba, subió a la acera y después muy despacito y con mucha dificultad se fue hacia una zona de escombros. Creo que lo único que buscaba era un rincón donde morir. Habría sido atropellado muy cerca de allí, en plena calle, un perro precioso, ahora estaba yo solo subido en el coche mirándolo. No había nadie, lo típico alguien con el que puedas compartir esos momentos de angustia, hacerte un poco cómplice ante este tipo de desgracias, bueno alguien con el que justificarte con un seria bueno que lo recogieran los municipales, a estos perros lo mejor es dejarlos tranquilos. Yo tenia el corazón dado la vuelta.
Me fui.
Llegué de nuevo al cruce, a unos 300 metros. Paré, y -nunca sabré porqué- di la vuelta. Lo busqué y de nuevo me puse a su lado. Me bajé del coche, lo acaricié y le dije ; tú no te mueres aquí.
No tenia ni idea de cómo actuar ya que tenia un nudo en la garganta horrible. Yo me mareo cuando me sacan sangre, y allí estaba en mitad de la calle con un perro reventado ya que el pobre sangraba – bueno me ahorro detalles -. Solo sabia que estaba resuelto a llevármelo.
Pero cómo subo un perro en estas circunstancias al coche ¿ Si no habría por donde cojerlo ! Además al cojerlo como le dolerá me dará un muerdo seguro, me daba igual. Hice varios intentos agarrándolo de tal forma que no le hiciera daño, pero no lo conseguí. Se lo hacía.
Ya no sabia que inventar, así que opté por lo más sencillo con un perro que con toda seguridad había tenido dueño, habría vivido en un piso y casi con toda seguridad habría viajado más de una vez en un coche. Así fue le abrí la puerta trasera y llamándole con un nombre inventado (no recuerdo cual le puse pero os juro que en esos momentos tan duros también para mi le puse un nombre) se subió como huyendo de aquel maldito lugar, huyendo de la muerte. Yo recuerdo que cuando entró yo dije con rabia, ¡vámonos de aquí!
Y nos fuimos. Pero dónde ?, a casa donde podria llevarlo, si era posible que hasta se muriera en el coche. Cuando yo aparecí por casa con aquella papeleta no os quiero ni contar cómo me miró mi santa, que increiblemente fue de lo más comprensiva conmigo.
El perro , que estaba a agonizando cuando lo recogí, parece que cobró fuerzas al verse acompañado ya en el coche.Se atrevía a caminar con mucha, mucha dificultad. Me miraba y os prometo que me daba las gracias, hasta parecia sonreir.
Subíó conmigo las escaleras muy despacio. Lo primero que hice fue acomodarlo en un cesto viejo que tenia con una cochoneta, le puse agua porque tenia que estar deshidratado. Bebió, también le llevé todo tipo de cosas para comer que se me ocurre cuando uno está enfermo, no sabía si podría comer. Le puse jamón de york picado, leche, cosas asi. Las comía pero desgracidamente después las devolvía.
A todo esto yo ya había hecho una serie de visitas a centros veterinarios , primero por si se podían hacer cargo, para saber si alguien lo buscaba, para ver qué podría hacer en definitiva. Todos me miraban más que extrañados y bueno… me comentaban que el perro no duraría mucho, horas… que lo llevara a la perrera, que le pusieran una inyección…
Llamé a un familiar que es veterinario y él vino a verlo, por supuesto en muchas ocasiones me decía que más que valor tenía, - el perro ya lo habia instalado en la bohardilla, y por supuesto en su estado dejó todo lleno de deshechos, en fin un desastre-.
No os podéis ni imaginar qué alivio sentí cuando dejé el tema en manos de José Miguel ( el veterinario), ya por lo menos sabía que cada paso que diéramos sería acertado, ya que yo no tenía mucha idea cómo actuar, quizá habia hecho mal ofreciéndole comer, no sé…
El caso es que él lo reconoció y todo pìntaba bastante mal, lo uúnico que podíamos hacer éra medicarlo, hiodratarlo con inyecciones de suero, no sé un monton de cosas que ya no recuerdo con exactitud.
Para mi inmensa alegría el perro tuvo un leve mejoría, no paraba de moverme el rabo, me hacía “algo” de fiesta. Incluso destrozó las espumas mordiéndolas, quiero creer yo quye era jugando.
Pero no comia ya que no podía. José Miguel me aventuraba que era muy dificil que saliera adelante. Yo sin embargo en una de sus vistas le comenté, lo acabo de dejar arriba, moviendo el rabo, yo lo he visto contento. Anda sube tú. Y subió. Bajó y me dijo, tu amigo ya no nos necesita.
Hemos hecho lo que se ha podido y él ya ha descansado. Me pidió unas bolsas de basura y él se encargó de todo, ya que yo estaba afectado.
Así terminó todo, de nuevo hice una ronda por algunos veterinarios por si alguien lo había perdido, aunque siempre tuve la sospecha de que mi amigo ya llevaba mucho tiempo solo, quizás abandonado por una familia que lo compró para que sus niños jugaran con él, y que una vez ya fue mayor lo dejarron en la calle donde un dia u otro aparecería en una cuneta, así lo encontré yo.
Por lo menos me quedó el consuelo de que no murió solo, como tantos y tantos perros, que en su último momento tuvo un lugar donde cerrar sus ojos pekineses y mirar al mar ya si dolor y en calma.
Yo nunca me arrepentiré de haber dado la vuelta en el cruce, aunque ya no me acordaba, fue hace algunos años, espero que tú hagas lo mismo, seguro que él algún dia en algún sitio me devolverá el favor, además me queda el consuelo de tener un amigo pelirrojo y chato en el cielo.