sábado, 19 de junio de 2010

La piedra fea.

Ya apenas tengo un vago recuerdo del sol, de su brillo, de su calor.
No recuerdo, he perdido esa tenue sensación , no sé donde está el amor, el cariño, la seguridad, la protección. Hace tanto tiempo ya, como un preso secuestrado en un hoyo durante una eternidad, no recuerdo nada, he perdido la capacidad de recordar cómo podría haber sido la felicidad. La niebla me busca por los alrededores, una pesadilla que tortura mi mente, borracha de tiempo, amargura e iracundia. Siento náuseas como un enfermo que se precipita a lo más profundo de un pozo sabiendo que sus ojos jamás volverán a ver la luz del día…






El sol brillaba como nunca aquella mañana sobre el rio Piedras. El sol, el sol que me evapora y me da prisa, lucía cegador, la costa de la luz nos embriagaba con un sentimiento insoportable de felicidad. Aquel sol irisaba la tenue línea en el horizonte de la barra de arena, entre el azul del mar y los aromas que emanaban y nos vestían de paz desde lo más profundo.




Las voces de los niños me devolvieron a la realidad, jugaban en la playa como locos, habían comenzado las vacaciones, de nuevo volvían a meter los pies en el mar después de tanto tiempo. No pudieron esperar ni a subir las maletas al hotel.

No paraban de bromear y sonreir de excitación, por fin entre juegos y peleas pudimos subir a la habitación y dejar el equipaje.




Las vistas desde la terraza eran maravillosas, todo el mar para nosotros, un mar turquesa que se perdía en el horizonte, más infinito que nunca. Habían comenzado nuestras vacaciones en la ciudad del mar.

 
El hotel era antiguo, una torre de pisos inmersa en una maraña de edificaciones playeras, chiringuitos y caos. Era nuestro momento y el aroma y la brisa del mar nos hacía soñar.

Bajamos a la recepción y recorrimos todos los salones.

-“Vamos al paseo maritimo.” Les dije a mi mujer y a los niños.

 
Salimos en tropel y ellos como siempre jugando. Fue entonces cuando observé que mi segundo hijo se habia quedado hablando con alguien en la puerta. No me extrañó demasiado porque suele hacer cosas de este tipo a menudo.


Me acerqué y descubrí que estaba hablando con una anciana que se había sentado con unas bolsas en las escaleras de acceso al hotel. Y escuché la conversación…

- Toma, si esto es un regalo- le susurraba la anciana al niño mientras cerraba la mano .


- Ya, pero yo no lo quiero, contestó él.


- “Mira que es de mala educación no aceptar un regalo”, le dijo la anciana , en el momento en que yo llegaba a su lado.


- “Ya, pero a mi no me gusta.”


- “Coje lo que te regala la señora , no seas tonto”, le dije pensando que sería algún caramelo.


- “Es que es una piedra papá, y es muy fea, yo no la quiero.”


- Si… no es muy bonita, pero es lo único que tengo, y … -guardó silencio- esta es la piedra de la salvación,- dijo entre sollozos.


- Yo no la quiero… le decía a la señora mientras corría hacia su madre y sus hermanos que esperaban en la acera.


Me quedé pensativo.


- Discúlpele señora- le dije- son niños, y además este es muy especial comenté con una sonrisa irónica.


- Lo se, lo sé, se que es especial, por eso él podría haber sido nuestro salvador.

En ese momento salió uno de los empleados de la portería indicándole a la mujer que se marchara de allí. Yo me alejé con un adiós ante aquella situación que empezaba a parecerme embarazosa.
Paseamos y los niños jugaron en el parque, no dejaban de dar vueltas en mi cabeza las palabras de la anciana. Sentí angustia en el pecho. El mar estaba maravilloso.

 
Se levantó una brisa y comenzó a refrescar. En el horizonte aparecieron unas nubes amenazadoras. Todo era extraño, el cielo en cuestión de minutos se nubló y amenazaba lluvia.





El mar se volvió gris, como un mar de Enero. Todo el mundo recogía para guarecerse de la tímida llovizna que empezaba a caer. Nos fuimos al hotel entre una atmósfera enrarecida y húmeda. Aprovechamos y subimos a la habitación para deshacer la maleta. Seguía lloviendo y cada vez con más fuerza. Las horas pasaban sin dejar de llover. Todo se había vuelto oscuro, hacía frio , el mar estaba embravecido. Llovía y llovía, cada vez con más fuerza, echamos las cortinas , la fuerza de la lluvia que rompía contra los cristales producía un ruido estremecedor. Los niños estaban asustados, todos lo estábamos. Llovió durante horas y nos quedamos dormidos.

Desperté y tenía la sensación de haber dormido varios días, no tenía noción del tiempo. Cuando corrí las cortinas de la habitación contemplé aterrorizado que la lluvia era ensordecedora y pude vislumbrar que el nivel del mar había subido espantosamente, era como una pesadilla. Las olas golpeaban las puertas del hotel, no había resto de playa ni de las calles , estabamos rodeados por un mar negro que bramaba y amenazaba con tragarse todo. Un sentimiento de pánico me inundó, no se veía tierra alguna, ni a persona alguna, era horrible, objetos de todo tipo flotaban entre olas inmensas que luchaban unas con otras.

No supe que hacer, cada vez que me asomaba el nivel del mar había subido engullendo planta tras planta del edificio, las olas comenzaron a golpear nuestras ventanas. Salimos corriendo todos escaleras arriba y nos encaramamos en la terraza del edificio. Los niños no dejaban de llorar. En cuclillas y en un rincón de la azotea pasaron las horas. El aire olía a azufre y en la lejanía se oían gritos indescriptibles, nos tapamos los oídos de pánico.

Bajo la lluvia torrencial el cielo se nos venía encima, el viento gélido nos impedía ponernos de pie, el mar comenzó a saltar por la cornisa de la terraza de aquel enorme bloque de pisos.

Todos abrazados nos despertamos comenzó a cesar la lluvia, el huracán se convirtó en brisa, pero la oscuridad nos envolvía. El agua nos llegaba a los tobillos, y caimos en la desesperación mientras todo quedó en silencio.




Me levanté y escruté el horizonte gris, nos encontramos en medio de un mar que nos devoraba como Saturno a sus hijos. Entumecido busqué por todos lados y no encontré nada más que agua negra. En el silencio me pareció escuchar algo, un sonido diferente al bramido de las olas, era un zumbido. Si, era un sonido conocido, el sonido de un helicóptero. Busqué ansioso en todas direcciones y de pronto pude contemplar un puntito negro que por el cielo se dirigía hacia nosotros. Comenzamos a saltar y a gesticular como locos, los niños y mi mujer lloraban de alegría, nos habían visto y venían a rescatarnos. No fuimos concientes de nada excepto del rotor de las aspas que nos hipnotizaba. Una vez se situó encima de nosotros abrió la puerta e hizo descender una cesta en la que fuimos subiendo uno tras otro. Cerramos la puerta y mientras se elevaba observamos incrédulos lo que quedaba de aquella torre ya casi sumergida en el mar. Nos invadió una sensación de paz. Comencé a dar las gracias a aquella tripulación vestida de blanco que entre el gris de la tarde nos parecían ángeles, todos sonreían. Gracias Dios mio! Gracias a todos! Mil gracias ¡




De pronto el piloto me hizo un gesto para que me sentara delante a su lado, me ofreció unos auriculares. Yo así lo hice sin dejar de darle las gracias. El frío no me dejaba respirar y me oprimía el pecho. Me quedé por unos segundos ensimismado y cuando levanté la vista contemplé al piloto que me miraba sonriendo. El pecho me ardía. Su mano se acercó a su cara y sin dejar de sonreirme levantó sus gafas oscuras.

Por un momento se me nubló el entendimiento, sentía que se me iba la vida, todos los sonidos disminuían de volumen, no podia oir nada. Le miré aterrorizado y una sensación de náuseas me inundó. Su mirada estaba vacía, sus ojos estaban en blanco, no podía ver, era ciego! Movió sus labios sin dejar de sonreirme y me dijo: “Os he salvado para llevaros a mi casa, para llevaros al infierno”.y rompió en una carcajada grotesca mientras el helicóptero daba vueltas sobre si mismo adentrándose en la tormenta, rumbo a la oscuridad más absoluta.

Todo se volvió negro. Intenté buscar con la mirada a mi mujer y a mis hijos y solo pude llorar sabiendo que aquella tormenta nos había arrastrado a todos hasta el infierno. Sentí caer en el abismo sintiendo como nuestras almas se alejaban las unas de las otras engulléndonos la más aterradora soledad.

Abrí los ojos y busqué en vano una mano, una mano donde agarrame, pero ya no existía nada.

En el silencio, en medio de la oscuridad, sentí una leve caricia en mi mano, otra mano pequeñita se apretaba contra la mía.

-“Papá” escuché, -“Toma”.

El ruido del helicóptero de nuevo empezó a zumbarme en los oidos y entre la penumbra podía percibir la silueta del piloto que me miraba con aquellas órbitas vacías , con aquella sonrisa que me helaba el alma. “Adiós” – me dijo, mientras se abrían las puertas de la nave sobre lo que parecía un mar de sangre.



No! No temeré a nada - Le dije-

Abre tu mano ¡ Apreté mi mano contra la suya, fria como el hielo y mientras me quemaba, gritó, me maldijo enfurecido y todo volvió a quedar en silencio.



 La luz me impedía abrir totalmente los ojos, mi mano estaba cliente, alguien me la apretaba, era mi mujer.

Cariño, cariño- me decía- todo está bien, ya ha pasado. Pasaron los días y cuando salí del hospital en la puerta me esperaban los niños. Los besé como un loco y enseguida me llevé a parte al segundo de mis hijos, y le pregunté

- Qué hiciste ?

- Papá, te pusiste malito en el hotel y después yo… yo puse la piedra bajo tu almohada, bueno le dije a mamá que la pusiera… ¡Le dije que me lo prometiera ¡

- ¿La piedra ? Dije – ¡pero si no la aceptaste !

- Ya pero cuando empezó a llover, cuando subimos las escaleras del hotel la encontré allí y la recogí, como tú querías. Después en la habitación te pusiste malito y te llevaron al hospital, no me han dejado entrar y le hice prometer a mamá que la pondrían bajo tu almohada.

- Papá , sabes, llovió mucho- me contaba mientra nos alejamos hacia la parada de taxi .- Llovió mucho, mucho y por eso tu corazón se puso malito, eso me dijo mamá.

Desde los cristales del taxi, en una esquina , me pareció ver a una anciana vagabunda, sin duda era la anciana del hotel. Tiraba de un carrito, llevaba la mano encogida y el puño cerrado, como guardando algo, me sonrió con tanta dulzura que el sol comenzó a brillar con una fuerza inusual.




*             *            *




Autor : Andrés González Mendez. Junio 2010.











...para un gigante.1949

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