martes, 3 de junio de 2008

En busca de las siete ciudades de Cíbola y Quivira.

Ya pocos se acordaban de aquellos tesoros magnificos que habían atormentado las mentes y y los sueños de muchos aventureros, de aquellos tiempos en los que se comenzó a hablar de Cíbola y Quivira, ¿ donde quedaron aquellas casas de oro que despertaron la pasión de pobres y acaudalados a lo largo de siglos ?, ¿ como pudieron caer en el olvido las siete maravillosas ciudades que nadie jamás encontró? . El misterio perduró hasta que el paso de los años y el devenir cotidiano lo apagaron como una llama en una gruta. Todo quedó en el olvido. Aquellos obispos desaparecieron cargados de riquezas fundando cada uno de ellos una ciudad ,cada cual más afortunada. Nunca se supo más de ellos, se disiparon en la niebla de los tiempos.
Pero Alvaro Nuñez regresó y lo pudo contar. No podían crer las fantasias de un despojo febril que había pasado ocho años entre indios, pasando todo tipo de calamidades, hambrunas, penurias y sufrimientos. Ya se lo había vaticinado aquella mora de Hornachos, la expedición de Pánfilo de Narvaez, está condenada, y así fue. Solo Dios conoce las desventuras que pasaron aquellos pocos hombres que sobrevivieron al naufragio, entre ellos Estebanico- el primer africano que se supone en América, más negro que un tizón y llamado el de Orán- y Alvaro Nuñez, conocido por sus segundo apellido Cabeza de Vaca.
A los delirios de Cabeza de Vaca se sumaron los espejismos de Marcos de Niza. Aquellas nuevas cegaron al Virrey de Nueva España, Antonio Mendoza. Así lo dispuso todo y encargó a Francisco Vazquez de Coronado que buscara , guiado por el fraile Marcos las siete ciudades , de Cíbola y Quivira. Las ciudades fantásticas que nunca se habían encontrado y que ahora tras el paso de los años y rescatadas del olvido podrían encontrarse al Norte abandonando aquellas selvas interminables. Aquellas ciudades que crearon los siete obispos huídos desde Emérita Augusta, aquellos que, guardando las riquezas que sacaron a toda prisa de la ciudad ante la invasión de los moros en 1150 , desaparecieron con ellas en la niebla de los tiempos.
Pocos emeritenses saben de este gran misterio cuyo origen está entre los muros de nuestro rio Guadiana, este pozo oscuro donde fueron a dar las riquezas de la ciudad , sangre de los mártires que en ella murieron , de los desahuciados que por sus calles ambularon, de los brujos moros y cristianos ajusticiados, de los niños que jugaron entre sus ruinas , de las madres que vieron morir a sus hijos y de aquellos Obispos que no quisieron entregar sus riquezas a las huestes moras que asediaron sus murallas desde el rio, rio por el que desaparecieron los siete Obispos, entre la niebla, las nieblas de la mártir, en su viaje hacia las siete ciudades, Cíbola y Quivira.

Os dejo algunas notas sobre estos siete gigantes.







Instrucción de don Antonio de Mendoza, visorrey de Nueva España
Primeramente: luego como llegáredes a la provincia de Culuacán, exhortaréis y animaréis a los españoles, que residen en la villa de San Miguel, que traten bien los indios que están de paz y no se sirvan dellos en cosas ecesivas, certificándoles que haciéndolo así, que les serán hechas mercedes y remunerados por Su Majestad los trabajos que allá han padescido, y en mí ternán buen ayudador para ello; y si hicieren al contrario, que serán castigados y desfavorecidos.
Daréis a entender a los indios que yo os envío, en nombre de Su Majestad, para que digáis que los traten bien y que sepan que le ha pesado de los agravios y males que han rescibido; y que de aquí adelante serán bien tratados, y los que mal les hicieren serán castigados.
Asimismo les certificaréis que no se harán más esclavos dellos, ni los sacarán de sus tierras; sino que los dejarán libres en ellas, sin hacelles mal ni daño: que pierdan el temor y conozcan a Dios Nuestro Señor, que está en el cielo, y al Emperador, que está puesto de su mano en la tierra para regilla y gobernalla.
Y porque Francisco Vázquez de Coronado, a quien Su Majestad tiene proveído por gobernador de esa provincia, irá con vos hasta la villa de San Miguel de Culuacán, avisarme heis como provee las cosas de aquella villa, en lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor y conversión y buen tratamiento de los naturales de aquella provincia.
Y si con el ayuda de Dios Nuestro Señor y gracia del Espíritu Santo, halláredes camino para pasar adelante y entrar por la tierra adentro, llevaréis con vos a Esteban de Dorantes por guía, al cual mando que os obedezca en todo y por todo lo que vos le mandáredes, como a mi misma persona; y no haciéndolo así, que incurra en mal caso y en las penas que caen los que no obedescen a las personas que tienen poder de Su Majestad para poderles mandar.
Asimismo lleva el dicho gobernador, Francisco Vázquez, los indios que vinieron con Dorantes, y otros que se han podido recoger de aquellas partes, para que, si a él y a vos os paresciere que llevéis en vuestra compañía algunos, lo hagáis y uséis dellos, como viéredes que conviene al servicio de Nuestro Señor.
Siempre procuraréis de ir lo más seguramente que fuere posible, e informándoos primero si están de paz o de guerra los unos indios con los otros, porque no deis ocasión a que hagan algún desconcierto contra vuestra persona, el cual será causa para que contra ellos se haya de proceder y hacer castigo; porque de esta manera en lugar de ir a hacelles bien y dalles lumbre, sería al contrario.
Llevaréis mucho aviso de mirar la gente que hay, si es mucha o poca, y si están derramados o viven juntos.
La calidad y fertilidad della, la templanza de la tierra, los árboles y plantas y animales domésticos y salvajes que hubiere, la manera de la tierra, si es áspera o llana, los ríos, si son grandes o pequeños, y las piedras y metales que hay en ella; y de las cosas que se pudieren enviar o traer muestra, traellas o enviallas, para que de todo pueda Su Majestad ser avisado.
Saber siempre si hay noticia de la costa de la mar, así de la parte del Norte como de la del Sur, porque podría ser estrecharse la tierra y entrar algún brazo de mar la tierra adentro. Y si llegáredes a la costa de la mar del Sur, en las puntas que entran, al pie de algund árbol señalado de grande, dejar enterradas cartas de lo que os paresciere que conviene aviar, y al tal árbol donde quedare la carta hacelle alguna cruz porque sea conocido; asimismo en las bocas de los ríos y en las disposiciones de puertos, en los árboles más señalados, junto al agua, hace la misma señal de la cruz y dejar las cartas, porque, si enviare navíos, irán advertidos de buscar esta señal.
Siempre procuraréis de enviar aviso con indios de cómo os va y sois recibido y lo que halláredes, muy particularmente.
Y si Dios Nuestro Señor fuese servido que halléis alguna población grande, donde os paresciese que habrá buen aparejo para hacer monesterio y enviar religiosos que entendiesen en la conversión, avisaréis con indios o volveréis vos a Culuacán. Con todo secreto daréis aviso para que se provea lo que convenga sin alteración, porque, en la pacificación de lo que se hallare, se mire el servicio de Nuestro Señor y bien de la gente de la tierra.
Y aunque toda la tierra es del Emperador Nuestro Señor, vos en mi nombre tomaréis posesión della por Su Majestad, y haréis las señales y autos, que os pareciesen que se requieren para tal caso; y daréis a entender a los naturales de la tierra que hay un Dios en el cielo y el Emperador en la tierra, que está para mandalla y gobernalla, a quien todos han de ser subjetos y servir.- Don Antonio de Mendoza.




















En busca de las siete ciudades de Cíbola

Las proezas, conquistas, marchas y contramarchas de los españoles en América en los tiempos de la conquista rozan lo legendario. En algunas ocasiones las empresas se vieron coronadas por el éxito (México, Perú), en otras se dilapidaron grandes esfuerzos para un mediocre resultado (Colombia, Chile) y en la mayoría cosecharon rotundos fracasos.

A dos o tres de éstos se debe que los españoles no mostraran mayor interés por las exploraciones en los actuales Estados Unidos. Una de ellas, al menos, alcanzó fama eterna: las desventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien después de ocho años de peregrinaje por el sur de los actuales Estados Unidos malviviendo entre los indios como comerciante y curandero consiguió regresar ni sano ni salvo, pero al menos vivo, a México. Allí daría cuenta de sus proezas, que no vaciló en adornar con la imaginación, narrando fantásticas historias en las que aparecían las ciudades, el oro y las riquezas por doquier.

Menos conocida es la expedición de Vázquez de Coronado, igualmente saldada con un rotundo fracaso, pero que ni siquiera ha dejado apenas huella en la literatura épica. Como de costumbre, el móvil de la expedición fue el hallazgo del oro, temperado con el deseo de convertir indios a la religión cristiana y procurar nuevos súbditos a Su Majestad el rey Carlos I de Castilla y de la Corona de Aragón. Una misión exploratoria comandada por el fraile Marcos de Niza regresó con fantásticas noticias: el buen religioso, sin duda deseoso de complacer a los que le habían enviado, contó que había visto una ciudad “mayor que Ciudad de México” y no vaciló en identificarla con la fantástica Cíbola.

¿Qué era Cíbola? Una leyenda decía que cuando la toma musulmana de Mérida, hacia 1150, sus siete obispos habían huido con las riquzas de la Iglesia, fundando siete ciudades y estableciéndose en ellas. Como todas las leyendas similares, la búsqueda de esos fabulosos lugares fue una constante especulativa durante los siglos siguientes, y Marcos de Niza, como hicieran tantos otros en situaciones similares, empalmó visión, imaginación y mitología.

Francisco Vázquez de Coronado, un español ambicioso establecido y casado ventajosamente en México, pensó en emular a Cortés hallando esas ciudades. Hipotecando los bienes de su mujer y embarcando a otros socios capitalistas en la empresa, partió de México en 1540 rumbo hacia el norte con 300 españoles armados y unos mil indios y ganado bovino, todos guiados por el fantasioso fraile. Las previsiones de irse alimentando sobre el terreno pronto se vieron decepcionadas al comprobar la pobreza de las regiones atravesadas, donde generalmente eran recibidos con flechas y hostilidad, a la que la expedición correspondía con creces.

Llegaron finalmente a lo que según Marcos de Niza era la fantástica Cíbola. En realidad se trataba de Zuñi, una miserable población de los indios pueblo, en el actual Nuevo México, que fue tomada con cierta dificultad, aunque la decepción fue grande al constatarse que apenas había allí más que unas pocas gallinas, escasos alimentos y desde luego ni sombra del metal precioso.

Los desilusionados conquistadores tuvieron que reflexionar. ¿Cómo regresar a México admitiendo el fracaso? Por otra parte no faltaban indios que les aseguraban que “más allá”, siempre más allá, había nuevos pueblos cargados de oro. En realidad esto no pasaba de añagazas con las que trataban de alejarlos habiendo observado su avidez por el metal amarillo. Arquetipo de esta clase de indios era uno al que llamaron “el turco” por su atuendo, con gorro a lo Davy Crockett que les recordaba los turbantes, y les habó de otra ciudad, a la que identificaron con Quivira, otra de las de Cíbola.

La expedición, nuevamente animada, decidió continuar. Pasaron el inverno en Tiguex, en la actual Texas, y continuaron al frente de un reducido grupo hacia el norte, después hacia el noreste, siguiendo crédulamente al “turco”. Superaron las Montañas Rocosas, en las que García López de Cárdenas, miembro de la expedición, descubrió en una de sus exploraciones la mayor maravilla natural del mundo, el Cañón del Colorado, y se internaron en las planicies de Texas y Oklahoma. A medida que se sucedían los kilómetros sin hallar más que terreno desértico e indios miserables aunque agresivos, fue cundiendo la desilusión y la desconfianza en el “turco”, que acabó confesando que simplemente, por indicación de su tribu, les había conducido siempre hacia terrenos inexplorados en la confianza de que allí perecieran dejando sus efectos. La desconfianza se trocó en horror cuando les pareció ver que el indio hacía unas señas sospechosas a sus compañeros, y se decretó su ejecución.

Y la marcha continuó hacia el noreste con nuevos guías. Llegaron finalmente a un pequeño pueblo cerca del actual
Lindsborg, en Kansas, y la desilusión se repitió: los indios que llamaron Quivira, después conocidos como Wichita, no disponían de ninguna riqueza; su poblado era de cabañas con techo de paja y ni siquiera tenían joyas de oro. Habían alcanzado el centro geográfico de los actuales Estados Unidos. Y, agotadas las fuerzas, la expedición reconoció su fracaso y decidió retroceder.
Coronado volvió a Tiguex, donde lo esperaba el grueso de sus tropas. Allí pasó otro invierno y volvieron todos cansinamente a México, desalentados, arruinados y con sus efectivos diezmados: sólo un tercio de los españoles, envueltos en harapos, regresaban al país para enfrentarse con su derrota y su ruina.

Con todo esto habían pasado tres años y recorrido 5000 kilómetros entre idas, venidas y zigzags. Pero no habían acabado las penalidades para Coronado. Despechados algunos de los socios capitalistas por su fracaso, lo acusaron ante la Audiencia de Nueva España de haber practicado innecesarias crueldades con los indios, y tuvo que enfrentarse a un largo juicio, del que, tres años más tarde, salió absuelto.

Todavía algunas expediciones secundarias exploraron nuevas rutas paralelas en busca de las fantásticas ciudades, en especial California, tomada en aquella época por una isla, pero sólo cosecharon nuevos fracasos. De hecho, sólo hasta doscientos años más tarde no se emprenderían nuevos reconocimientos en la costa oeste del Pacífico, en la que finalmente, pasada ya la fiebre del oro, los españoles consiguieron establecerse con finalidades meramente colonizadoras. Pero esta provincia, mexicana tras la independencia de la antigua Nueva España, sería arrebatada por Estados Unidos tras la guerra de 1848. Sólo restan hoy en esta vasta zona algunos topónimos y antropónimos españoles, y el recuerdo de gestas sobrehumanas.


Leyenda original española
El origen de la leyenda está en un hecho histórico: -La ciudad de
Mérida fue conquistada por los moros en 1150.
Según la leyenda, siete
obispos huyeron de la ciudad, salvando sus vidas y algunas reliquias valiosas. Estos habrían acabado estableciéndose en un lugar lejano y desconocido. Allí habrían fundado las ciudades de Cíbola y Quivira. Habrían llegado a acumular muchas riquezas, sobre todo oro y piedras preciosas. Se llegó a decir que cada uno de los siete obispos habría fundado una ciudad construída con oro.
Expediciones en Norteamérica





Naufragio de la expedición de Narváez a La Florida (1528)
Sin relación con la leyenda, en 1528
Pánfilo de Narváez dirigió una expedición que naufragó en La Florida. Solamente cuatro náufragos consiguieron regresar andando hasta Sinaloa, en Nueva España. Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue uno de ellos. En su libro de viaje afirmó que algunos nativos les contaron leyendas sobre ciudades con grandes riquezas.








Expedición de Fray Marcos de Niza
Cuando lo supo, el Virrey Don
Antonio de Mendoza organizó una expedición de reconocimiento dirigida por el fraile franciscano Marcos de Niza. Este llevaba de guía a Estebanico, otro de los supervivientes de la expedición de Narváez. Cuando llegaron a Vacapa (probablemente en el actual estado mexicano de Sonora), Fray Marcos de Niza ordenó a Estebanico que se adelantara a investigar, y este afirmó que había vuelto a escuchar las leyendas.
Fray Marcos de Niza concluyó que los nativos hablaban de las "Siete Ciudades de Cíbola y Quivira" de la leyenda española. Estebanico no esperó al fraile, sino que siguió avanzando hasta llegar a Háwikuh Nuevo México. Allí lo mataron los nativos y la expedición dio la vuelta.








Expedición de Coronado
Cuando Fray Marcos de Niza regresó a Ciudad de México, dijo al Virrey que había llegado a ver una ciudad más grande que
Tenochtitlan, la Ciudad de México precolonial. En ella la gente usaría vajilla de plata y oro, decoraría sus casas con turquesas y tendría perlas gigantescas, esmeraldas y más joyas.
El Virrey organizó una expedición militar para tomar posesión de aquellas tierras. Puso al mando a su amigo
Francisco Vázquez de Coronado. Fray Marcos de Niza iba como guía.
El 22 de Abril de 1540 Coronado salió de
Culiacán al mando de una avanzadilla de expedicionarios. El grueso de la expedición fue detrás al mando de Tristán de Arellano. Fernando de Alarcón llevó una expedición marítima paralela de abastecimiento. Coronado atravesó lo que es hoy Sonora y entró en Arizona. Allí no encontró riquezas y dio por falsa la historia.








La Gran Quivira
La Gran Quivira (antes Pueblo de Las Humanas) es el nombre actual de las ruinas de un asentamiento indígena en
Nuevo México.
Quivira (punto de partida de la expedición de López de Cárdenas)
Francisco Vázquez de Coronado llamó Quivira a un asentamiento indígena del que ya no se conoce la ubicación. Este es representativo porque desde él partió García López de Cárdenas en la primera visita documentada de un europeo al Gran Cañón del Río Colorado.









Cíbola en la cultura popular
La ciudad es citada en numerosas ocasiones por el escritor norteamericano
Stephen King en su novela The Stand (títulos castellanos: "La danza de la muerte" —versión censurada— y "Apocalipsis" —versión completa—). Uno de los personajes, un pirómano demente, asocia a Cíbola con la ciudad de Las Vegas y la llama "Siete en Una". La última aportación a dicha cultura popular es la creación cinematográfica de Hollywood interpretada por Nicolas Cage en la pelicula titulada LA BÚSQUEDA 2: EL DIARIO SECRETO, en la que van descifrando paso a paso una serie de enigmas hasta dar con la mítica ciudad.
El festival de cine que tiene lugar en la ciudad de
Chihuahua lleva este nombre.

...para un gigante.1949

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