La Marara da igual como quede porque siempre queda bien, fiel reflejo del carnaval real (otra cosa es el "oficial") y devota de la sonrisa estrepitosa que no hay "padel" ni "madel" que se les resista. El pariente (que rima con) lelo de Rafa Nadal sacó la bola ¡chuuuup...! y dio comienzo el cuplé de Evaristo No-da, rememorando las pistas de Lolino, los pisos patera de Daniel y las pelotas, o lo que sea, de Ascensión (echa vino al porrón).
La Marara en el Hogar del Pensionista de la calle Calvario de Mérida. A base de pelotazos creí que algún pensionista vestido de apache se nos iba, de purito ataque de risa ¡chuuup...! y evidenciando que las dudas de mi Jorge (¿estos nos entenderán?) se disolvían como los amoríos de Cayetana yo-no-sé-nada. Y así, entre saques y sacas saqué la conclusión de que lo mejor que le puede ocurrir al Carnaval (insisto: real) de Mérida es que siga estando la Marara, que es decir caranaval, con sus finales chirigoteros y sus letrillas pegadas al terreno, con sus señoras mararas y sus múltiples mararinos (bien, Alejandro), con su estilo barriocultero (de barriada culta) ¡chuuup...! y sus gaditanos requiebros. Decir Marara es decir ¡amén! y a ver de qué salen el carnaval que viene.