Suena la sirena , los pájaros que quedaban adormecidos en el rio escapan, se sobresaltan los que cruzan el puente mientras, una parte de nosotros, algo de ese niño que todos hemos sido, huye, desvaneciéndose entre la niebla de la isla…
Mi madre nos cuenta siempre que de la guerra… recuerda las bombas, el horrible estruendo que a algunos dejaba marcado de por vida .O nos decia ese muchachito, fulanito, está así desde la guerra. Nos contaba cómo se refugiaban bajo las escaleras de acceso a la terraza, ya que estas – no se porqué- eran mas resistentes a los bombardeos. Es cierto que en las fotografías tras un ataque se ven las escaleras de muchas casas en pie. Y aunque contaba con solo unos añitos siempre recuerda esos momentos, y algo indescriptible, el miedo, el terror, el silbido de una bomba que está cayendo sobre ti. La guerra tiñe todo de una crueldad irracional que hace que los seres humanos nos quedemos mudos de espanto. Recuerda los presos de la cárcel en Santo Domingo, los camiones, tiene grabados las voces que venían de dentro, cuando salía de su casa en la calle Graciano, los camiones que salían, las colas, la mirada de las gentes y esa sensación de desamparo que rezumaban los soldados, los presos, los que habían perdido a sus hijos, los de cada bando, las venganzas.
Durante años muchos emeritenses se sobresaltan con las sirenas del matadero, yo la recuerdo y la verdad es que daba miedo escucharla como inundaba el rio hasta que por fin paraba, salían los trabajadores, eran tardes grises, húmedas con sabor a monotonía y falta de esperanza, el tiempo que tardaba la sirena en callar era eterno, daba tiempo a pensar en muchas cosas, el tren atraviesa el puente de hierro , silbando, cruje, da un miedo horrible, alguien llora en la casa de un vecino, olor a los abrigos viejos, sigue sonando la sirena, es eterna, en casa de los vecinos alguien gritaba, me dijeron que era un loco, la sirena seguía gritándome, agustinito el amigo de mi hermano había muerto en la isla de un disparo, en el matadero cada uno coje su paraguas, la sirena grita y grita , deberes de lengua, olor a libreta rayada, babys con gomas y tardes de marzo con sarampión…la sirena lentamente se para y en la tele me recoje entre sus brazos Valentina y el Capitán Tan, vuelvo a quedarme tranquilo, mi madre nos pregunta qué queremos cenar…
Mi madre nos cuenta siempre que de la guerra… recuerda las bombas, el horrible estruendo que a algunos dejaba marcado de por vida .O nos decia ese muchachito, fulanito, está así desde la guerra. Nos contaba cómo se refugiaban bajo las escaleras de acceso a la terraza, ya que estas – no se porqué- eran mas resistentes a los bombardeos. Es cierto que en las fotografías tras un ataque se ven las escaleras de muchas casas en pie. Y aunque contaba con solo unos añitos siempre recuerda esos momentos, y algo indescriptible, el miedo, el terror, el silbido de una bomba que está cayendo sobre ti. La guerra tiñe todo de una crueldad irracional que hace que los seres humanos nos quedemos mudos de espanto. Recuerda los presos de la cárcel en Santo Domingo, los camiones, tiene grabados las voces que venían de dentro, cuando salía de su casa en la calle Graciano, los camiones que salían, las colas, la mirada de las gentes y esa sensación de desamparo que rezumaban los soldados, los presos, los que habían perdido a sus hijos, los de cada bando, las venganzas.
Durante años muchos emeritenses se sobresaltan con las sirenas del matadero, yo la recuerdo y la verdad es que daba miedo escucharla como inundaba el rio hasta que por fin paraba, salían los trabajadores, eran tardes grises, húmedas con sabor a monotonía y falta de esperanza, el tiempo que tardaba la sirena en callar era eterno, daba tiempo a pensar en muchas cosas, el tren atraviesa el puente de hierro , silbando, cruje, da un miedo horrible, alguien llora en la casa de un vecino, olor a los abrigos viejos, sigue sonando la sirena, es eterna, en casa de los vecinos alguien gritaba, me dijeron que era un loco, la sirena seguía gritándome, agustinito el amigo de mi hermano había muerto en la isla de un disparo, en el matadero cada uno coje su paraguas, la sirena grita y grita , deberes de lengua, olor a libreta rayada, babys con gomas y tardes de marzo con sarampión…la sirena lentamente se para y en la tele me recoje entre sus brazos Valentina y el Capitán Tan, vuelvo a quedarme tranquilo, mi madre nos pregunta qué queremos cenar…
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Transcribo un articulo que me pareció interesante de Europa Press :
Una extremeña septuagenaria logra una pensión de orfandad por la muerte de su padre en el bombardeo de mérida el 23 de diciembre de 1936
Europa Press Madrid
María Gutiérrez tiene 77 años. El recuerdo de su padre es el de una niña que aún no había cumplido los nueve, un recuerdo de un día antes de la Navidad de 1936, aún en el inicio de la Guerra Civil. José Gutiérrez salió de casa ese día a comprar, María no recuerda qué, cuando en plena Rambla de Mérida fue sorprendido por un ataque de la aviación franquista. «No recuerdo muy bien, entonces yo era muy pequeña», relata María; huérfana de guerra casi desde siempre pero reconocida como tal ahora, casi setenta años después.Su empeño, o más bien el de su hijo Félix, han logrado que, por fin, el Gobierno español le conceda una pensión de orfandad. María recibirá así del Ministerio de Economía y Hacienda 56,86 euros mensuales en 14 pagas anuales, aunque como ella misma dice, no sin un tono irónico, que «no podré disfrutar por muchos años». Su hijo apunta que «lo importante es el reconocimiento» de lo que María, su madre y su hermano mayor conocieron ya entonces: José Gutiérrez, el cabeza de familia fue herido de gravedad por las bombas y, aunque trasladado al Hospital, no consiguieron salvar su vida. El 9 de enero de 1937 falleció. Ahora, su hija sólo consigue recordar que la familia tuvo que dejar Mérida y desplazarse a una localidad cercana para evitar el peligro.De hecho, esa parte de la historia familiar permaneció así, familiar, hasta que en 1985, María se decidió a solicitar una pensión de orfandad por la muerte de su padre. Lo hizo en virtud de la ley 5/1979, que concedía ayudas a las personas que hubieran perdido algún familiar durante la Guerra Civil. No obstante, no terminó el proceso de petición por varios motivos, por lo que dejó aparcado el asunto hasta el pasado año.Los trámites de FélixFue su hijo Félix Gutiérrez el que se encargó de toda la tramitación de la solicitud de pensión. Retomó los trámites y consiguió toda la documentación precisa, aunque necesitaba un testimonio de algún testigo que presenciara la muerte de su abuelo, «algo casi imposible, porque todas las personas de esa edad habían fallecido». Sin embargo, la suerte le sonrió y consiguió el certificado de defunción de su abuelo en el Registro Civil, donde se explicaba con claridad cuál fue la causa de la muerte: las graves heridas recibidas durante el bombardeo.El pasado junio envió la documentación necesaria para solicitar la pensión. «El Ministerio no nos ha puesto ningún problema, pero hemos tenido que enviar muchos documentos», resalta Félix, quien finalmente recibió la notificación del Ministerio de Economía y Hacienda en la que informaban de la concesión de la pensión de orfandad a María. A los 77 años.